ANNIE FLORES
México, 1993
Una noción que permite diagramar la propuesta artística de Annie Flores está en el concepto porosidad, y justo decir concepto, y no categoría, porque su afinidad está en desdibujar, desbordar los límites rígidos que perman a la silueta, a la orilla y a la finitud carcateristicas de toda categoría.
Podemos decir que la porosidad es un concepto, que siendo coherente con su concepción, se disuelve, se irría, se disgrega y contamina. Un concepto que se hace presente en su capacidad de filtrar y retener otros conceptos, otras sensaciones y materialidades. Y concepto, más no idea, ya que el concepto refiere a cuerpos, efÍmeros, pero cuerpos, que se desvanecen en formas, y que se expresan ambiguos.
La porosidad parte de la materialidad, de la corporalidad. La filtración de cierta materia sobre otra y al mismo tiempo su contención parcial, lo residual, una compleja relación entre lo que fluye y lo que se queda. La porosidad permite la ruina, allí su misterio, la huella de lo que se ha fugado, la memoria de aquello que no está. De allí, las obsesiones de Flores: el deseo, la mirada que vaga y la incansable pregunta por el recuerdo.
Allí se cruzan lo erótico, el paisaje y la melancolía. Allí también el agua, la mancha y el papel como objetos expresivos y no sólo como medios. Materias que se expresan, exponen su seducción, sus historias y sus múltiples presencias. Deseo, mirada y memoria son concepciones desplazadas, en constante movimiento, ahuyentadas y sin embargo algo de ellas queda, dejan huella.
La obra de Flores nace con la indefinición y contra la arbitrariedad exógena de las jerarquías categoriales, es por ello que no se le puede reducir a lo erótico, a lo paisajístico o lo mnemotécnico. Paradójicamente aquello que se exhibe, se vela. La caricia que al momento de estar presente se nos escapa, la mirada que no puede aprehender nada y se encuentra a la expectativa y el recuerdo que sólo es posible inexacto.
En la obra de Annie flores se expresa la íntima relación entre la transparencia y lo acuoso; lo húmedo y lo cristalino. La piel del papel que recibe el cuerpo de agua pigmentada. La mancha, protagoniza la indeterminación y aún así nace cuerpo, temperatura, olor y textura. El pigmento difuminado, disgregado, esparcido por la superficie y vuelto mancha, vuelto cuerpo, se impregna al papel, lo seduce, pero también se escapa, se vierte volátil, casi a punto de extinguirse. Los cuerpos se presentan como paisajes; huellas de miradas ajenas, que en un parpadeo, lo que se contiene se desborda, como quien acecha, quien mira a la espera de algo.